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Opinión

El triunfo de Iglesias consolida los partidos moderados

Pablo Iglesias en Vistalegre II.

[dropcap]V[/dropcap]ista Alegre II, congreso que trajo la quiebra -quizás definitiva- de Podemos, requiere un escrutinio ininteligible a la aparente confrontación doctrinal. Estoy convencido de que existe una causalidad metodológica, de profunda raíz sabia, junto a prosaicos intereses grupales. Desde hace tiempo, Errejón viene aventando gestos, concepciones, contrarios a palabras y actitudes de Pablo Iglesias que le causan neurálgicas derivas. Raptado por la vanidad, ensoberbecido, víctima de perverso egocentrismo (casi enfermizo), rompe cualquier probabilidad de entendimiento futuro. Su radicalismo dobla la etimología con parecida firmeza a la que esgrime para alumbrar cismas prescindibles. Consigue el efecto tópico de un elefante dentro de cualquier cacharrería. Íñigo lo tiene claro: con esos mimbres jamás lograrán concluir ningún cesto. Iglesias cimienta un partido de oposición permanente, renovada, cada vez más anémico en diputados. Al final, ese será su hito: librar unos cuantos conmilitones de la miseria o del paro, valga la redundancia.

El congreso del pasado fin de semana puso de manifiesto cierto desvarío psicológico, contingente, frente al posibilismo práctico, sustantivo. Los respectivos proyectos, en síntesis, evocaban distintos recorridos filosóficos  a lo largo del tiempo. Todo giró sobre la bipolarización dicotómica entre una metafísica sutil, especulativa, y el empirismo despojado de toda lucubración estratégico-ideológica. Como concepto analógico, surge una inferencia que confirma la nada como percepción opuesta al ser. Arriesgada (pro)posición intelectual o táctica. Empeora tal escenario el hecho inevitable de que su reduccionismo obliga a estimar presupuestos para llegar al conocimiento y proceder. Se opone a semejante visión el positivismo que llevó por vez primera a ver la sociedad y el individuo como objeto de estudio científico. Bertand Russell, siglo XV, aleja definitivamente a la ciencia (sociología) de la metafísica. Busca la experimentación, observación y acopio de datos para explicar las causas que originan los fenómenos. Iglesias versus Errejón.

[pull_quote_left]Es posible que las cañas se vuelvan lanzas y la victoria de Iglesias origine la consolidación definitiva -en estos tiempos desequilibrantes- de los partidos moderados inmersos en penosos procesos de corrupción generalizada.[/pull_quote_left]Como quedó notorio, uno y otro se mostraron partidarios de dos esquemas diferentes, antagónicos. Aquel, revestido con los defectos instrumentales que propicia todo empobrecimiento metafísico, viejo y laberíntico. Este, moderno, pragmático, cercano al rigor científico. Pese a la inutilidad/utilidad de ambas propuestas, se sabía de antemano (tal vez firme sospecha) quién iba a resultar vencedor en este país que se deja engatusar por la imagen, aun esperpéntica. No obstante, de forma definitiva perduran más en la memoria colectiva las derrotas épicas que las victorias cómodas. Ocurrió siglos ha, pero la analogía con los comuneros y las tropas imperiales es un hecho innegable. Hoy, a aquellos vencedores se les niega toda reminiscencia; solo queda el recuerdo vivo de los ajusticiados. Así, el lugar se conoce con el nombre de Villalar de los Comuneros. Los pueblos suelen ser justos con sus servidores. Veremos el resultado final del episodio cumplido.

Iglesias, su triunfo, significa la victoria del espectáculo, de la gresca, inclusive del desafío personal. Importa poco, nada, improvisar respuestas, contribuir con proyectos realistas al Estado de Bienestar, entrever la política como servicio a una sociedad mísera, cuando no miserable. Estos hijos de papá, laboralmente yermos, adscritos en su mayoría a familias parásitas del régimen franquista, pretenden -al parecer- demostrar sus capacidades personales referidas a aspectos esperpénticos por manifiesta incuria de lo admirable. Creen meritorio la puesta en escena, el fondo bravucón, altanero, petulante. Son víctimas del rito, de esa liturgia que tanto dicen censurar. Palabras y acciones divergen sin remedio; tanto que, a poco, descubren un rostro depravado, repelente.

Al derrotado le costará la cabeza como a aquellos que capitanearon el espíritu nacional, contra un emperador extraño e impuesto (espectacular coincidencia hegemónica), para mantener viva la esperanza de un país redimido. Sin embargo, es posible que las cañas se vuelvan lanzas y la victoria de Iglesias origine la consolidación definitiva -en estos tiempos desequilibrantes- de los partidos moderados inmersos en penosos procesos de corrupción generalizada. Hasta el presente, PP y PSOE excusan medidas trascendentales contra esa lacra. Tal escenario, aparte de inspirar cierta impunidad, lleva a la conclusión de que lo conocido es la punta del iceberg que todos, recíprocamente, intentan tapar de manera vergonzante. Conforma el problema capital que se cierne sobre las mencionadas siglas cuyo cometido debería ser sacar a España del abismo.

Insisto, Iglesias es el solista que emite música seductora sin partitura ni libreto; es decir, sin carne ni hueso. Deslumbra, a priori, a colectivos -generalmente irreflexivos- que buscan lo que buscan. Errejón, de momento, queda inoperante en un injusto ostracismo al uso en cualquier partido, más si es de izquierda radical. El marco que se prepara será funesto para Podemos y para los intereses patrios. Debe retornar cuanto antes, con peso efectivo, para convenir propuestas políticas viables. Los tres partidos reformistas, constitucionales, deben purificar su actividad pública si quieren recuperar la fe del votante. Aparte, tienen que abandonar prejuicios inútiles, propagandas y etiquetas con presuntos beneficios electorales, para conjugar políticas de Estado en temas urgentes: educación, sanidad, territorialidad e incluso cordura del Sistema Autonómico. Cierto, Iglesias gana pero Podemos se debilita; mientras, el resto se reafirma que buena falta le hace. Paradojas de la política.

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